martes, 26 de abril de 2016

MITOS Y LEYENDAS DEL HUILA


LEYENDA - El Sombrerón

El Patas




Es el fantasma en pena de alguien que en vida del que jamás se tuvo claro su rostro.. Alto, todo vestido de negro, entra en los pueblos, envuelto en el silencio se retira con el rostro encendido por el ala siniestra de la bruma.

Vagabundo de los esteros bajo la luz de la luna, el Sombrerón alguna vez estuvo enamorado. y quiso viajar a países de viento y estrella dorada, pero cómplice de la amapola y los pantanos, se detuvo siempre en los umbrales, indeciso como el murciélago ante la luz.

Ahora, cubierto por el sombrero y la ruana, todo se le oculta y perros feroces lo siguen con grandes cadenas en la calígine de los abismos.

Caballero de los chamones y los horizontes lívidos, el sombrerón se aleja entre los charcos. Sabe que jamás poseerá el secreto de las crisálidas. Desprovisto de deseos y con la mirada extraviada, se adentra en el paisaje del crepúsculo.

LEYENDA - La Candileja

La Llorona




Mártir de la violencia, la Candileja es el espectro de una mujer asesinada en el Valle de las Tristezas. Dicen que fue quemada viva con los hijos dentro de su casa. Desde entonces, convertida en fuego, frecuenta los lugares en ruinas, las crecientes de los ríos y los caminos solitarios. Aparece en el alba, cuando aún el gallo no ha cantado, y como un meteoro se estrella con los cercos; se agita en el copo de los árboles o se echa a rodar por los pastos.

Amiga de los cocuyos, la Candileja en los días de viento quisiera ser coro de enredadera o canto de arrendajo en la montaña. Zarza ungida de violencia, aunque la Candileja nunca se apacigua en su dolor ígneo, algunas noches en que los ríos están apacibles y cubiertos de cámbulos, ella quisiera detenerse y tomar agua y tal vez bañarse en la sombra para quitarse tanto ardor y despojarse de toda la ceniza.

Reina salvaje coronada de rescoldos que se avivan con la memoria, la Candileja, sin embargo; espanta a los caballos y los jinetes que se aventuran en la noche.

Inicia las quemas de los bosques: Grandes incendios, grandes sequías, precipita su presencia de llama en los tiempos en que se aviva su dolor. Por eso los hombres le temen. Saben que ni los rezos ni las bendiciones ahuyentan su furia.

LEYENDA - La India Mirthayú



Dice la leyenda, que estando los Taironas con ciertos pendientes con sus parientes, centro orientales, decidieron invocar a una de sus Diosas que sin falta apareció envuelta en una gran nube y en destellos de muchos colores, lo cual los lleno de gran alboroto.

La dicha aumentó cuando la deslumbrante dama le entregó a Tairón y a su tribu una tierna niña y las instrucciones precisas para criarla y forjar su futuro. Los Taironas dedicaron toda su atención y esmero a la crianza de esta hermosa criatura y por nombre le pusieron Mirthayú y la eligieron como su única reina.

Mirthayú se convirtió tambien, en la adoración de los Michúes por su belleza, personalidad y el amor que manifestaba hacia su tribu. Pero un día llegó un gigante llamado Matambo, que se encargó de sembrar el terror en la tribu de los Taironas. Ellos, ante aquella amenaza, recurrieron presurosos a su reina y le suplicaron que interviniera ante el inminente peligro.

Mirthayú se enfrento al gigante y éste al verla quedo hipnotizado por su belleza. Entonces, inclinó reverente su cabeza ante la reina y le pidió disculpas por el atropello que estaba cometiendo contra los suyos. Así todo volvió a quedar en paz armonía.

Entre Mirthayú y Matambo nació una amistad que después se convirtió en amor. Juntos resolvieron viajar al macizo colombiano, guiados por el hilo brillante formado por las aguas del rió Guacacalló, hasta llegar a su nacimiento. Al regresar, el gigante tuvo que enfrentarse a la tribu de los valientes Michúes, quienes se opusieron a que Matambo cruzara por sus predios.

Para evitar que algo le pasara a su amada, Matambo le pidió que se alejara hacia los cerros del oriente para que desde allí observara su triunfo o su derrota. Sin embargo, desde lejos, Mirthayú vio como miles de Michúes atacaban a su amado. La pelea terminó cuando el gigante cayó estruendosamente al suelo. Mirthayú desesperada intentó prestarle ayuda y le pidió apoyo a su jefe Tairón, pero todo fue en vano.

La reina recurrió a los hechiceros para que le devolvieran la vida a su amado, pero ellos nada pudieron hacer. Recorrió los senderos en busca de auxilio y arrancó su rubia cabellera, el viento se la arrebató de las manos y la esparció por la zona cercana dando origen a los farallones y altares que hoy se observan al llegar al municipio de Gigante, en el Huila.

Mirthayú desfalleciente y de rodillas pidió protección a Tairón y a sus dioses y cuando menos lo esperaba se aproximó una nube de colores de la que descendió su madre. Ésta la tomó entre sus brazos, limpió sus lágrimas y la acompañó en su llanto. Pero a pesar de todo, Mirthayú se desplomó sobre el suelo y murió.

La reina pronto entregó su alma al creador del universo. La cabeza de Mirthayú quedó hacia el oriente, los pies sobre el río Guacacallo, la mirada prolongada al infinito y los senos desnudos y desafiantes, como dos pirámides enfrentadas al sol. Hoy, después de muchos años, Mirthayú y Matambo están convertidos en dos enormes rocas encantadas, visibles desde la carretera central del Huila. Ella con sus atractivos "senos de reina" y él con la perfección de su perfil, ambos mirando hacia el cielo.

Mito El lago de Guaycabá



Jurewati, hija de Guaycabá, solía salir a recoger maní y uvas silvestres con otra amiga. Una tarde en la cual Jurewati y su amiga recogían uvas, paso un guerrero de otra tribu vecina llamado Juereño, quien fijó su mirada en la princesa y la saludó inclinando su cabeza y agachando la cerbatana. Jurewati contestó con una sonrisa al saludo del aborigen vecino. A partir de ese día, todos los días se veían en el mismo sitio, e intercambiaban saludo y sonrisa.

Luego de varios días, Juereño se presentó a pedir la mano de la princesa. 

El cacique Guaycabá se enfureció y ordenó amarrar al joven en un hormiguero, en donde murió a causa del dolor y la picazón. La princesa Jurewati murió de pena moral al lado del cuerpo de su amado. Al recibir la noticia, Guaycabá se arrepintió e hizo las paces con las tribus vecinas y enterraron los dos cadáveres de los amados en un mismo sitio.

Cuentan que Guaycabá se sentó al lado de la tumba y lloró tanto, que se formó con sus lágrimas la laguna que hoy lleva su nombre. Dicen que en las noches de luna llena, ven a Guaycabá llorar al lado de la laguna y que para esa época, el agua de la laguna sabe a lágrimas.

Mito El poira

El Poira es un mito muy popular del folclor Colombiano, muy socorrido por las regiones de los departamentos del Tolima, Huila y el Magdalena medio.


Es un personaje de epidermis dorada y su cabellera es larga y rubia. Habita en las profundas cavernas ocultas por los remansos de los ríos. Se le atribuye el secuestro o seducción de niñas y jóvenes que se lleva a vivir con él y que, al cabo de algún tiempo los devuelve.

Dicen que el Poira canta y con su voz embruja a las mujeres. Tiene su lado bueno consistente en que si se le invoca hace que los cuerpos de personas ahogados aparezcan.

En los pueblos de estas regiones no hay desfile folclórico sin el Poira, montado en un brioso caballo, con el rostro oculta bajo un gran sombrero alón y de copa puntiaguda.

Para algunas personas por lo regular se presenta como un niño juguetón recorre los caminos o como una especie de duendecillo travieso y muy bribón de color oro brillante quemado por el sol.

Hay pueblos donde lo presentan como un niño gracioso que jamás causa daño, que asiste a las parrandas, a las fiestas y veladas, que se encuentra en los ríos, a la salida de un caño y que espanta a incautos con sus grandes carcajadas.

Los campesinos lo ven como a un recién nacido llorando en los caminos, en recodos y pendientes, envuelto en hojarasca simulando estar dormido, asustando con voz ronca y con unos grandes dientes. 

Se dice que los jinetes que transitan borrachos por el camino, en los recodos se le monta en el anca de los caballos y encabrita el animal o le señala otra ruta cambiándole el destino para que llegue a la casa como un ser racional.

Otras veces se le ve como un recién nacido llorando a la orilla del camino y cuando un caminante lo recoge y arrulla, lo asusta con carcajadas y sus grandes dientes. Es más un duende gracioso que por lo demás no hace ningún daño.